Paraísos fiscales: mitos y verdades
Un poco de historia
El origen de los paraísos fiscales, o centros financieros internacionales como prefieren ser llamados, comienza a últimos del siglo XIX cuando el estado estadounidense de Nueva Jersey decide rebajar sus tipos impositivos con el objetivo de atraer más industria a la región. Tras este movimiento, impulsados en cierta medida por Wall Street, el estado de Delaware siguió el mismo camino.
En Europa, el asentamiento de Suiza como uno de estos centros tuvo que esperar hasta el fin de la Primera Guerra Mundial, fecha a partir de la cual empezó a ofrecer beneficios fiscales y elevar la opacidad de los datos de sus clientes. No obstante, el verdadero estallido de estos centros tuvo lugar cuando el Banco de Inglaterra permitió los depósitos de moneda nacional fuera de sus respectivos países (depósitos de libra fuera de Gran Bretaña, dólares fuera de Estados Unidos, etc.), lo cual aumentó de forma considerable el flujo de préstamos dentro de estos mercados no regulados. Éste acontecimiento fue clave para el desarrollo de la industria financiera en sitios como las Islas del Canal, las Islas Cayman, Panama, etc.
Desde entonces, estos centros han experimentado dos épocas bien distintas. Desde los años 50 hasta los 90, todo el mundo conocía la existencia de estos centros pero ningún país se paró a denunciarlos, hasta el punto de que contables y abogados anunciaban sus servicios relacionados con la evasión de impuestos sin tapujo alguno. No fue hasta finales de los años 90 que los países miembros de la OCDE (o OECD por sus siglas en inglés, Organization for Economic Co-operation and Development) publicaron una lista con todos los países responsables de tales operaciones. La última oleada de críticas no tuvo lugar hasta el inicio de la actual crisis económica, críticas que levantaron ligeramente el velo que cubre las cuentas registradas en estos países. Y es que en los últimos años, la mayoría de los paraísos fiscales han aceptado el dogma de disminuir su opacidad a cambio de que puedan seguir existiendo.
Un poco de geografía
En el mundo hay unos 60 centros financieros internacionales (offshore financial centres), los cuales están concentrados en el Caribe, algunas regiones de Estados Unidos, Europa, Sureste Asiático y el océano Índico. Aunque la localización es conocida, no se sabe a ciencia cierta la cantidad de dinero que cada uno de estos centros mueve.
No obstante, es conocido que estos centros dan cabida a más de 2 millones de empresas, además de miles de bancos, fondos, y aseguradoras. Sólo hay que pensar que en las Islas Vírgenes Británicas hay registradas unas 2.000 compañías por cada cien habitantes. De hecho, muchas de estas islas paradisíacas fomentaron el desarrollo de la industria financiera en sus costas para compensar su dependencia en el turismo. Aún siendo un objetivo bastante loable, es innegable que la no regulación de estos centros se escapado de las manos hasta el punto de que se estima que la cantidad de dinero invertida en ellos ronda los 21 trillones de dólares (la cifra global total rondaría los 123 trillones de dólares).
Pros y contras – todo depende del lado de la mesa
Uno de los mayores problemas de la existencia de estos centros es su ya mencionada opacidad. Muchos argumentan que es imposible regular el mercado financiero cuando no se conoce ni el tamaño de éste, algo que en cierta medida es culpa de las trabas diseñadas en estas geografías. Otra de las críticas es el conocido hecho de que muchas corporaciones e individuos utilizan complejas estructuras organizativas para la evasión fiscal. Lo anterior hace que la presión fiscal recaiga sobre las corporaciones e individuos que no pueden permitirse diseñar tales esquemas fiscales. Por último, son numerosos los casos de corrupción y blanqueo de capitales asociados con cuentas abiertas en estos centros, algo en lo que España desgraciadamente ha despuntado en los últimos meses.
A pesar de todas las críticas, los operadores de estas islas también tienen sus razones para defender la existencia de sus centros de trabajo. La primera es el cambio constante de la presión fiscal en algunos países desarrollados. El ejemplo más claro es Francia donde ciudadanos como Gérard Depardieu han rechazado su ciudadanía francesa ante la amenaza de que el Presidente Hollande eleve el tipo impositivo para individuos de alto poder adquisitivo hasta el 75%.
Otra de las razones de su existencia es la facilidad a la hora de levantar fondos de inversión, como pueden ser los conocidos como crowdsourcing. Sólo hay que pararse a pensar en la complejidad que representaría crear una compañía en la que un emprendedor es español, otro norteamericano, y el último chino. Si el anterior ejemplo se extiende a cientos de inversores, nos encontramos con el problema de definir en qué geografía crear la sociedad inversora, qué sistema jurídico se adopta, cómo evitamos la doble imposición, etc., etc. De alguna manera, hay que reconocer que la existencias de los centros financieros internacionales facilitan estas operaciones.
Soluciones propuestas
La globalización del mercado financiero ha permitido sin duda alguna que el libre flujo de capitales haya aumentado la competencia entre países por atraer inversión extranjera mediante la relajación de la legislación fiscal. Sin embargo, no hay que olvidar que esta competencia no es comparable a la que se pueda dar entre dos compañías, ya que en este caso estamos hablando de que la calidad de sistemas como el educativo o el sanitario dependen de que el sistema fiscal esté propiamente diseñado. Por supuesto, el actual desequilibrio de las cuentas públicas no ayuda, sino que provoca que ante la mayor presión, muchas compañías opten por desviar sus inversiones a través de estos centros para que sean gravadas como inversiones extranjeras y no locales.
Ante esta situación, hay países que han decidido unirse al enemigo. Es este el caso de algunos países africanos que han establecido acuerdos con las Islas Mauricio para así poder atraer mayor inversión a la zona. Otros, como el Reino Unido, han bajado el impuesto de sociedades para así aumentar la competitividad de sus compañías. Y por último, países como España han decidido aumentar la recaudación a través del aumento de impuestos.
Esta última solución aunque vaya en contra de la lógica aplastante de que a menor nivel de impuestos mayor consumo, si se aplica de forma correcta sí podría dar sus frutos. Hace unas semanas, se publicaba en este portal un artículo sobre la economía de los países nórdicos. En ese artículo, se destacaba la eficiencia de los organismos públicos y cómo estos competían con las propias compañías privadas. Este es sin duda el modelo que se debería seguir. Sin embargo, si el aumento del nivel de impuestos sólo se hace para tapar el hecho de que la administración pública se ha convertido en un monstruo demasiado grande como para atacarlo, no parece tan inmoral el hecho de abrir una cuenta en Suiza.
Fuente: The Economist
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