El ocaso de las políticas monetarias responsables
La esperada intervención de Mario Draghi el pasado jueves en la sede del Banco Central Europeo ha hecho correr ríos de tinta en la prensa europea e internacional. Aunque poco queda por añadir a los análisis técnicos de los especialistas, y nada falta por explicar de cada uno de los 5 puntos de los que se compone el nuevo paquete de medidas (aquí el documento del BCE), sí creo que es necesario hacer un reflexión general sobre la degeneración que viene sufriendo la política monetaria en los últimos años.
Draghi, que hasta la semana pasada había sido un banquero central modélico (todo lo modélico que se puede ser dentro de la esquizofrenia monetaria en la que últimamente viven las economías), dobló sus rodillas ante un consenso inversor que se está convirtiendo en adicto a los estímulos monetarios. Desde su llegada a Frankfurt en noviembre de 2011, el italiano venía llevando a cabo una política monetaria responsable, suavizando primero la compra de bonos soberanos que había iniciado su predecesor, Trichet, y reduciendo el balance del BCE mientras sus colegas anglosajones expandían sin control la base monetaria.
El presidente del BCE se había convertido también en un brillante gestor de expectativas (y en política monetaria, tan importante es lo que se hace como los que otros creen que se va a hacer), capaz de modificar los comportamientos de los inversores sin necesidad de actuar, tan solo dejando pistas sobre las posibles políticas que podrían llevarse a cabo en el futuro. Por ejemplo, el 8 de mayo, en su anterior intervención, logró que el IBEX 35 subiera 200 puntos solo por afirmar que “estamos preparados para actuar en junio si los datos de inflación siguen lejos del objetivo” (insinuando que se llevarían a cabo políticas expansivas como al final ha sucedido). De la misma forma, en julio de 2012, con las primas de los periféricos por las nubes y España al borde de la suspensión de pagos, fue capaz de salvar el Euro con tan solo tres palabras; su “whatever it takes” ya ha pasado a los anales de la historia económica.
Uno se pregunta pues, qué ha provocado este cambio de estrategia. Es cierto que el dato de inflación de la Eurozona en mayo caía al 0,5% desde el 0.7% de abril, alejándose así del objetivo del 2% fijado en los estatutos del BCE, pero ¿debe ser esto motivo de preocupación? El objetivo del 2%, además de ser un valor arbitrario, deriva de un razonamiento económico cuanto menos discutible; este es, que si los precios de los bienes caen, la gente pospone su consumo y se podría terminar cayendo en una espiral deflacionaria. Este argumento podría ser cierto en un escenario deflacionario del 20%, pero en un entorno de baja inflación no tiene ningún sentido: ¿van los consumidores a aplazar sus vacaciones o esperar a comprarse un televisor porque dentro de un año valga “solamente” un 0.5% más? Puesto que es obvio que no es así y Draghi lo sabe, las explicaciones del cambio de rumbo del BCE deben buscarse en otro lado.
Mi tesis es que el fuerte poder de los lobbies financieros está convirtiendo a los banqueros centrales en siervos de los deudores e inversores cortoplacistas. Los primeros solo buscan inflar sus ingresos para que sus deudas bajen en términos reales. Los segundos estímulos artificiales que hagan subir las bolsas de manera burbujística para aprovecharse de la hinchazón y salir del mercado antes de que explote. Así, la política monetaria, cuya intención originaria era ser un instrumento de estabilización (aunque nunca lo consiguiera), ya ni siquiera persigue este fin.
Políticas que otrora se considerarían demenciales (tipos de interés negativos, compra directa de activos, financiación ilimitada y prácticamente gratuita), han pasado a ser tan comunes que uno se pregunta cuando dejarán de ser llamadas medidas “no-convencionales”. Draghi, lejos de admitir y aprender de los errores de la década pasada, en la que las políticas expansivas de la Fed y el BCE que siguieron el estallido de las “puntocom” gestaron la burbuja inmobiliaria, repite las mismas ideas y las eleva al cuadrado: tipos de interés más bajos, mayores facilidades de crédito y mayores incentivos al endeudamiento. ¿Los perjudicados? Los de siempre, los pequeños ahorradores que no pueden aprovecharse de las subidas artificiales de los mercados ni protegerse contra la inflación.
“We live in a completely different world now” respondió Draghi en la rueda de prensa del jueves ante una cuestión sobre si no creía que estas políticas eran una fotocopia de los fracasos anteriores. Y tiene razón: ahora la economía está más débil, el desempleo más alto y el endeudamiento es mayor. En mi opinión, lo mejor que podría ocurrir es que los mecanismos de transmisión del crédito a la economía real fallaran, y que todas esas inversiones que se realizarían con el crédito de nueva creación no se llevaran a cabo. La inversión solo es sostenible si se financia con ahorro real, y aunque inyectar crédito no respaldado puede funcionar a corto plazo, el descalce de plazos entre ahorro e inversión termina inevitablemente degenerando en recesiones.
Que el último banquero que creía en la disciplina monetaria haya claudicado, pone en tela de juicio el futuro de unas economías capitalistas cada día menos libres.
Imagen de Flickr por wwarby
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