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El sistema financiero: Eliminar lo tóxico para recuperar la confianza

El sistema financiero: Eliminar lo tóxico para recuperar la confianza
junio 23
21:14 2013

Hace apenas seis o siete años pocos clientes de las entidades financieras españolas sospechaban que la contratación de un préstamo hipotecario o la inversión en participaciones preferentes les provocarían tantos quebraderos de cabeza. No tendemos a leer la letra pequeña de los contratos, menos todavía en época de bonanza, y tampoco somos tan precavidos como para imaginar en momentos de optimismo (como los de la compra de una vivienda, o la inversión de los ahorros con la esperanza de obtener una buena rentabilidad) que las expectativas se pueden torcer.

Asimismo, es una constante en nuestro país que la relación entre el cliente y su banco o caja de ahorros se base en la más absoluta confianza, no solo en la institución financiera sino más aún, en las personas que le ponen cara a la misma en el contacto del día a día del cliente con su sucursal. En los casos indicados de contratación de préstamos y preferentes, la «semilla del mal» estaba sembrada desde el momento inicial, aunque la germinación y el «envenenamiento» no acaecieran hasta varios años después.

No obstante, hay que recalcar que los contratos podrían haber llegado a su fin sin afectar a la clientela, o beneficiándola netamente, pues si el Euríbor a un año no se hubiera hundido no se habrían activado las cláusulas suelo de los préstamos hipotecarios, y si por el contrario, el Euríbor a un año hubiera continuado ascendiendo, los contratos de permuta de tipos de interés suscritos por muchos prestatarios hubieran neutralizado la subida y su correlativo traslado a la cuota de amortización. En la misma línea, si las cajas de ahorros emisoras de participaciones preferentes hubieran mantenido el negocio y las cifras del período 2000-2008, los preferentistas hubieran recuperado la inversión y obtenido una rentabilidad sustancial en comparación con la de otros productos de ahorro o inversión.

Al margen de elucubraciones, hay aspectos que se podrían haber descubierto inicialmente:

  • El préstamo hipotecario probablemente ya incluía la «cláusula suelo», esa que impide que en los préstamos a tipo variable, el prestatario se pueda beneficiar del descenso del índice de referencia (habitualmente el Euríbor a un año) por tener que pagar en todo caso un tipo de interés mínimo (por ejemplo, el 3% o el 4%, aunque la adición al índice de referencia del diferencial arrojara un porcentaje inferior).
  • En el contrato de permuta de tipos de interés que a veces complementaba al de préstamo hipotecario ya se recogía que si el índice de referencia en vez de subir descendía, sería el prestatario el que habría de abonar una compensación a la entidad prestamista, de manera que lo que se ahorraba en la bajada de la cuota de amortización del préstamo lo perdía a través de la cantidad que debía satisfacer a la entidad financiera.
  • Por último, en las condiciones de emisión de las participaciones preferentes quedaba consignado su carácter perpetuo, la condición de que para la percepción de la remuneración por el inversor era necesaria la previa obtención de beneficios por el emisor y su esencial iliquidez (aunque para solventar este defecto se habilitaron mecanismos alternativos que funcionaron de forma razonable hasta 2008, aproximadamente).

No pretendemos entrar ahora en el análisis de si es admisible o no la cláusula suelo en la contratación hipotecaria, en el de si los derivados son aptos o no para su contratación por inversores minoristas, o en el de si hubo en los últimos años una estrategia de engaño premeditada en la comercialización de las participaciones preferentes de determinadas entidades.

Desde el punto de vista jurídico, incluso desde el prisma económico o financiero, se pueden encontrar argumentos a favor y en contra del empleo de la cláusula suelo, de la contratación de derivados por inversores no profesionales e, incluso, acerca de la pretendida benignidad de las participaciones preferentes (en las que muy probablemente, además de un eventual defecto en la facilitación de información a los inversores, el problema ha radicado en una defectuosa traducción del término preference shares). Lo cierto es que numerosos clientes de entidades financieras se han podido ver afectados por estos productos u otros similares. Otros quizá hayan tenido la suerte de no haber resultado afectados directamente, pero han sentido lo cerca que han estado del «precipicio».

El sector financiero español, a partir de 2007, ha atravesado grandes dificultades, que han motivado su radical transformación y la desaparición de las cajas de ahorros, siendo ineludible que el Gobierno pidiera en junio de 2012 ayuda a sus socios de la Unión Europea para la habilitación de una línea de crédito de hasta 100.000 millones de euros para su reestructuración, a través del Memorando de Entendimiento, del que hasta el momento se ha dispuesto de unos 40.000 millones de euros.

Creemos que el sistema financiero es necesario para el progreso de una sociedad, para que el dinero fluya de los agentes económicos con excedentes a aquéllos otros deficitarios que lo precisan para satisfacer sus necesidades de inversión y consumo, con el complemento de la instauración de un sistema de pagos a través del cual estos agentes puedan dar cumplimiento a sus transacciones.

Este delicado juego de intereses se basa en la confianza del cliente en su entidad bancaria y en el sector en su conjunto, que se refuerza con la supervisión que se encomienda a los Poderes Públicos, en nuestro país al Banco de España y a la Comisión Nacional del Mercado de Valores, según nos hallemos en el ámbito bancario o en el de los valores (en menor medida, también con la supervisión de la Dirección General de Seguros y Fondos de Pensiones).

Por tanto, hay que acometer con urgencia la tarea de «limpiar» el sector de productos tóxicos, para que prime la transparencia, lo que permitirá al cliente recuperar la confianza en su entidad y la normalización del desarrollo de la actividad financiera.

Si a esto le añadimos una mayor formación de los usuarios de servicios financieros, una oferta de productos complejos y de mayor riesgo limitada a los usuarios que realmente los comprendan, y los acepten con pleno conocimiento, casi con toda probabilidad las aguas volverán a su cauce, el sistema financiero desempeñará la importante función que está llamado a desplegar y, lo más importante, los ciudadanos y las empresas se beneficiarán de ello.


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José María López Jiménez

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