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¿Premiamos horas o premiamos productividad?

¿Premiamos horas o premiamos productividad?
febrero 19
00:49 2013

La energía que los empleados llevan a la oficina para trabajar es más importante en términos de valor que el número de horas que permanecen en el trabajo. Gestionando la energía de forma más inteligente y estructurada, es posible hacer más, en menos tiempo, de forma más sostenible. En una década, ningún trabajador ha dejado la compañía. Nuestro secreto es simple y aplicable de forma general: cuando estamos renovando nuestra energía, nos centramos en ello y le damos la importancia que tiene, de manera que cuando estamos trabajando, realmente trabajamos

Tony Schwartz, CEO de The Energy Project y autor de “Be Excellent at Anything.”

 Que levante la mano aquel o aquella al que la siguiente situación laboral le resulte familiar: mil actividades por terminar y entregar, todas para ayer; reuniones por doquier, prescindibles en muchos casos y casi todas en momentos inoportunos; el número de correos electrónicos en la bandeja de entrada subiendo y sin visos de parar, muchos de ellos absolutamente inútiles o irrelevantes; cada día más horas en la oficina sin sentir que la eficiencia, el orden o la priorización sean elementos integrales del día a día.

¿Alguien opina que estamos haciendo las cosas bien? Por desgracia, no creo que me equivoque si afirmo que esta situación, que sin grandes análisis destaca por absurda, es el día a día en la mayor parte de las empresas privadas españolas, no sólo por la situación coyuntural derivada de la crisis económica, sino también por aspectos culturales y tradición laboral.

Y la realidad también es que cada vez más personas se encuentran sobrepasadas por sus responsabilidades, incapaces de abordar la abrumadora cantidad de actividades y tareas del día a día y por lo tanto, de mantener un ritmo aparentemente insostenible. Y esto no sólo pasa en España. Pues bien, he aquí la paradoja: la mejor manera de conseguir más es dedicar más tiempo a hacer menos.

La denominada renovación estratégica – descansos diarios, pequeñas siestas en la sobremesa, dormir más horas al día, pasar más tiempo fuera de la oficina y disfrutar de vacaciones más duraderas – incrementa la productividad, el desempeño en el puesto de trabajo y, por supuesto, la salud. Y es que el paradigma de la Revolución Industrial –  “Más, más grande, más rápido” – se sustenta en una hipótesis mitificada y mal interpretada: nuestros recursos son infinitos.

¿Por qué este enfoque? Recapitulemos. El tiempo es un recurso en el cual hemos confiado demasiado para conseguir mayores logros. Cuando más actividades hay que llevar a cabo, más horas invertimos. Pero olvidamos algo clave: el tiempo es finito y muchos de nosotros nos sentimos agotados, invirtiendo tantas horas como sea necesario, mientras tratamos de mantener un reducto de vida fuera del trabajo.

La buena noticia del cambio de paradigma propuesto es que aunque muchos de nosotros no podemos incrementar las horas de trabajo diarias, sí que podemos incrementar nuestra energía. Utilizando la definición de los físicos, la energía se define como la capacidad de entregar trabajo. Al igual que el tiempo, la energía es finita; pero a diferencia de este, es renovable.

Uno de los primeros obstáculos para el cambio de estrategia es que gran parte de los ambientes laborales siguen recompensando más las horas que la productividad. Resulta curioso que los mismos que desarrollamos sustanciosas presentaciones powerpoint y robustos análisis de inversión no seamos capaces de recordar un concepto básico: para comparar, hay que utilizar bases relativas y no valores absolutos. Por ejemplo, no es correcto comparar el valor real de la acción de Santander y la de BBVA únicamente por su precio de mercado, sino por su precio, su número de acciones en el mercado y el EBIT de cada compañía y es que el conjunto de datos nos permite poner ambos casos en la misma base comparable. Pues bien, lo mismo aplica al trabajo: no podemos comparar sólo horas de dedicación, sino objetivos completados por unidad de tiempo.

Alguien dirá: “Eso suena bien, pero es imposible”; yo creo que lo será si los objetivos no están definidos y planificados. Si lo están, es mucho más fácil controlar productividad que controlar horas y además es el mejor incentivo para hacer más con menos.

No cabe duda de que la cultura es una carga muy fuerte y el fomento del “aparentar” está tan extendido como el oxígeno que respiramos, haciéndonos olvidar que la renovación es clave.

Todos hemos escuchado las singulares prácticas de Google: futbolín, salas de descanso y reflexión, horas libres para tus proyectos, etc. ¿Por qué Google puede hacerlo y otras empresas no? O exponiéndolo de otra manera: ¿Por qué Google lo hace y otras empresas no? Porque ha entendido que la clave es la energía y no el tiempo, y esta depende del descanso, la libertad individual otorgada por la confianza, la motivación y la sensación personal de pertenencia. No es lo mismo limitarse a trabajar por un sueldo, que sentirse parte de un proyecto. ¿Por qué un emprendedor trabaja más horas pero se siente más feliz, más realizado y más libre?

Además de ello, están los efectos colaterales: dedicar más horas a trabajar de forma regular, implica dedicar menos tiempo a dormir y un tiempo de descanso insuficiente, implica una sustancial reducción en el desempeño.

Y es que, a pesar de gestionarlo de forma totalmente opuesta, la importancia de regenerarse está enraizada en nuestra psicología. Los humanos no estamos diseñados para consumir energía de forma continuada. Por el contrario, debemos estar en una continua intermitencia entre gastar y recuperar energía.

En los años cincuenta, los investigadores William Dement y Nathaniel Kleitman descubrieron que los humanos dormimos en ciclos de aproximadamente 90 minutos, pasando de un sueño ligero a uno profundo y de nuevo al ligero. Denominaron a este patrón the “Basic-Rest Activity Cycle” o BRAC. De forma similar, durante el día nos movemos de forma progresiva entre un estado de clarividencia a uno de fatiga psicológica aproximadamente cada 90 minutos. Nuestros cuerpos nos piden de forma regular un descanso, pero a menudo pasamos por alto estas señales y nos damos “tortazos en la cara” para espabilarnos mediante cafeína, azúcar y nuestras propias reservas de emergencia – las hormona del estrés adrenalina, noradrenalina y cortisol.

Trabajar en intervalos de 90 minutos se convierte por lo tanto en una prescripción para maximizar la productividad. La experiencia parece concluir que la clave en términos de productividad no es cuánto, sino cuán bien te renuevas e incluso aprender a cómo renovarse requiere práctica.

Sin duda habrá críticos a este enfoque, pero una cosa es segura: el que trabaja feliz y descansado, trabajo más y mejor. Y no creo que me equivoque afirmando que la cultura del presentismo produce más cansancio, más infelicidad y por tanto, menos productividad.

 Fuente: New York Times

About Author

Juan Jiménez Criado

Juan Jiménez Criado

Redactor. Juan es Ingeniero Industrial por la Universidad de Málaga y BSc Economics & Management por la U. of London Int. Programmes - London School of Economics. Vive en Madrid, trabaja en el sector energético y es autor del blog "Energy, business and other tales".

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2 Comments

  1. AlbertoB
    AlbertoB febrero 21, 18:03

    El título del post creo que es muy adecuado, y creo que el gran problema de la productividad española es que premiamos el tiempo, el que más tiempo pasa encerrado en la oficina, y no el que mejor lo hace o el que más produce. Ya no solo por productividad, sino que tendría que ser por objetivos, tanto individuales como por objetivos empresariales.

    Reply to this comment
  2. Emilio J
    Emilio J febrero 23, 16:18

    Totalmente de acuerdo con tus afirmaciones, una pena que, como en tantas otras cosas importantes en este país, no tengamos ni la cultura, ni la motivación, ni valentía de acometer cambios tan profundos como el que propones.
    Exportar el modelo Google a las empresas tradicionales es, hoy día, casi una utopía. Es necesaria, desde mi punto de vista, una renovación generacional en los puestos de dirección y responsabilidad de las empresas.
    Pero probablemente no sea suficiente, porque ni siquiera las personas de nuestra generación comparten, si no de pensamiento si de obra, ese enfoque, sólo a los hechos que tu describes como habituales hay que remitiese.
    Sospecho que detrás de todo esto pueda estar otro de nuestros grandes lastres, la mediocridad. Porque ¿a quién favorece el hecho de que se valore el trabajo de las personas no por los resultados si no por el tiempo dedicado no a trabajar si no a estar en el trabajo?
    Lo dicho, hay demasiadas reticencias a ese cambio.

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